martes, 19 de octubre de 2010

 EL REY DE TAORO
    HORST UDEN
Cuando llegan los castellanos a la isla de Tenerife en el año 1494, para someterla a los Reyes Católicos, clavan una cruz de madera en la tierra, y así fundan la ciudad de Santa Cruz de Tenerife. Su jefe, Alonso Fernández de Lugo quiere avanzar hacia el fructífero valle de Arautapala, a Taoro, donde reside el Mencey Bencomo, el más poderoso y valiente de los menceyes guanches. Bencomo y sus aliados se preparan para enfrentarse a los invasores. En un lugar, que desde entonces se llama La Matanza de Acentejo, los guanches les tienden una emboscada...
Lea la apasionante historia de las guerras y la cultura de las Islas Canarias. Los guanches, cómo vivían y cómo eran sus fiestas y sus duelos. Los conquistadores españoles y sus soldados, lo que les llevó a cruzar los océanos así como las bonitas leyendas que se cuentan en las “Islas Afortunadas"






Mapa Tenerife:
Nombres como La Matanza o La Victoria recuerdan a los hechos que ocurrieron en la  época de la conquista española.





I LA ISLA AFORTUNADA
Los guanches
"(...) En las inaccesibles cuevas del Tigaiga vivían los más valientes guerreros de los guanches, dispuestos, a una voz de mando de su príncipe, a lanzarse al campo para reducir a la obediencia a cualquier tribu insubordinada. Sus armas principales eran la piedra lanzada a mano, que siempre daba en el blanco, el hacha de combate y la aguzada lanza de madera, dura como el hierro. En el cinturón de su tamarco, una camisa de piel, llevaban la afilada tabona, un cuchillo de obsidiana que sabían manejar con destreza. Con terribles gritos de guerra se lanzaban sobre seguro contra el enemigo, hacían rodar sobre él grandes peñascos desde las laderas y eran incomparables en el combate cuerpo a cuerpo. Quien no poseía escudo alguno, sacado de la corteza del drago, se envolvía el tamarco en el brazo izquierdo y luchaba desnudo, sólo provisto de un taparrabo.
Si bien los guanches se mostraban inflexibles contra el enemigo que se les resistía, se comportaban, en cambio, noblemente con los vencidos. Los prisioneros eran curados de sus heridas, canjeados y a menudo puestos en libertad con obsequios.
No existían animales salvajes en su afortunada isla, ni la más pequeña serpiente venenosa. El único a quien temían era Guayote, el demonio, el cual moraba en el Echeyde que vomitaba fuego (Echeyde, Infierno o Teide: el Pico de Tenerife)."

LAS BRUJAS DE LA ISLA DEL VIENTO 

Las protagonistas de la novela están aquejadas de diferentes males pero con un síntoma común: el viento les ha provocado delirios y trastornos que los médicos tratan de investigar. El descubrimiento de cuál es la influencia que el viento ejerce sobre ellas, será el hallazgo que Roberto Gobea llegue a hacer. Un crimen desata la mayor de las tormentas y el desvelamiento de la verdad. Rebeca Piñeiro, Encarnación Miralles, Gabina Izquierdo, Asunción Cabrera y Natalia Bermúdez son las protagonistas de unas historias en las que la miseria, las supersticiones y el miedo convierten en brujas a mujeres maltratadas y perseguidas por la sociedad. Ellas lo creyeron así. Sólo la isla sabe la verdad.

FRAGMENTO DE UNAS LÍNEAS DEL LIBRO

lo de los malos tratos era algo que a los hijos les daba igual, ni siquiera pensaban que ella era una víctima del padre porque habían llegado a pensar que eso, incluso eso, era normal dada la actitud desquiciada de la madre que soportaba todo el maltrato sin rugir. Además, la madre era propiedad del padre y, por esa misma razón, podía hacer con ella lo que quisiese, como golpearla y humillarla sin  darle ninguna explicación y sin dar muestras de arrepentimiento; el “no era para tanto” era la respuesta común del padre tras la agresión a la que ellos se habían habituado desde niños llegando a convencerse de que era así, de que debía se así, tal como él lo decía.
Al principio lo tomaron como un juego. Pensaban que los padres jugaban a algo raro y difícil de entender; que a veces la madre se reía y ellos, desde su cuarto, oían las risas y los suspiros y algún que otro lamento que se le escapan a la madre y al padre también; otras veces gritaba sólo la madre, y cuando ellos habían ido a ver qué le pasaba ella les decía que nada, que el padre estaba jugando. Y cuando tenía sangre en la boca o en la ceja y la sangre le chorreaba el cuello de la camisa y los volantes del delantal y ya no estaba desnuda riéndose sobre la cama sino sentaba en la silla de la cocina, les decía, igual que otras veces, que no era nada, que no se preocuparan, que había sido un golpe en el friega platos, por ejemplo, que estaba abierto y ella no se había dado cuenta, que era demasiado torpe, siempre chocándose con todo.
-         papá es bueno y me quiere mucho, no os preocupéis- les decía cuando las  palizas se las daba delante de ellos que asistían, encogidos y arrinconados en la pared, al terrible holocausto de  Maria Josefa …
-         Por la buenas es buenísimo- les oían decir por teléfono a las amigas- lo que pasa es que yo también tengo la culpa con mis cosas que parecen que le sacan de quicio”

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