martes, 19 de octubre de 2010


LAS BRUJAS DE LA ISLA DEL VIENTO 

Las protagonistas de la novela están aquejadas de diferentes males pero con un síntoma común: el viento les ha provocado delirios y trastornos que los médicos tratan de investigar. El descubrimiento de cuál es la influencia que el viento ejerce sobre ellas, será el hallazgo que Roberto Gobea llegue a hacer. Un crimen desata la mayor de las tormentas y el desvelamiento de la verdad. Rebeca Piñeiro, Encarnación Miralles, Gabina Izquierdo, Asunción Cabrera y Natalia Bermúdez son las protagonistas de unas historias en las que la miseria, las supersticiones y el miedo convierten en brujas a mujeres maltratadas y perseguidas por la sociedad. Ellas lo creyeron así. Sólo la isla sabe la verdad.

FRAGMENTO DE UNAS LÍNEAS DEL LIBRO

lo de los malos tratos era algo que a los hijos les daba igual, ni siquiera pensaban que ella era una víctima del padre porque habían llegado a pensar que eso, incluso eso, era normal dada la actitud desquiciada de la madre que soportaba todo el maltrato sin rugir. Además, la madre era propiedad del padre y, por esa misma razón, podía hacer con ella lo que quisiese, como golpearla y humillarla sin  darle ninguna explicación y sin dar muestras de arrepentimiento; el “no era para tanto” era la respuesta común del padre tras la agresión a la que ellos se habían habituado desde niños llegando a convencerse de que era así, de que debía se así, tal como él lo decía.
Al principio lo tomaron como un juego. Pensaban que los padres jugaban a algo raro y difícil de entender; que a veces la madre se reía y ellos, desde su cuarto, oían las risas y los suspiros y algún que otro lamento que se le escapan a la madre y al padre también; otras veces gritaba sólo la madre, y cuando ellos habían ido a ver qué le pasaba ella les decía que nada, que el padre estaba jugando. Y cuando tenía sangre en la boca o en la ceja y la sangre le chorreaba el cuello de la camisa y los volantes del delantal y ya no estaba desnuda riéndose sobre la cama sino sentaba en la silla de la cocina, les decía, igual que otras veces, que no era nada, que no se preocuparan, que había sido un golpe en el friega platos, por ejemplo, que estaba abierto y ella no se había dado cuenta, que era demasiado torpe, siempre chocándose con todo.
-         papá es bueno y me quiere mucho, no os preocupéis- les decía cuando las  palizas se las daba delante de ellos que asistían, encogidos y arrinconados en la pared, al terrible holocausto de  Maria Josefa …
-         Por la buenas es buenísimo- les oían decir por teléfono a las amigas- lo que pasa es que yo también tengo la culpa con mis cosas que parecen que le sacan de quicio”

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